Componente Desarrollo Económico

Las huertas caseras agroecológicas no solo producen alimentos: cultivan autonomía, fortalecen las economías familiares y conectan a las comunidades con el territorio. En San José de Urama, corregimiento rural de Dabeiba, este proceso es hoy una realidad transformadora impulsada desde el componente de desarrollo económico de la Alianza para el Desarrollo, con el acompañamiento técnico de Marisol Realpe Erazo, extensionista agropecuaria.

Conversamos con Marisol para conocer, desde su experticia en territorio, cómo se ha sembrado esta iniciativa con las asociaciones locales y qué ha brotado, más allá de los frutos.

¿Cómo nace la idea de implementar huertas caseras agroecológicas en San José de Urama?

Marisol Realpe: Esta estrategia nace como respuesta a una necesidad concreta que identificamos junto a las comunidades: fortalecer la seguridad alimentaria desde un enfoque sostenible. Además, al hacerlo mediante prácticas agroecológicas, buscamos recuperar saberes tradicionales, diversificar la dieta y reducir la dependencia del mercado externo. En ese camino, las huertas se convirtieron en un punto de encuentro entre conocimiento técnico, apropiación comunitaria y desarrollo económico local.

¿Cuál ha sido el papel de las asociaciones en este proceso?

Marisol Realpe: Fundamental. Las asociaciones no son receptoras pasivas: son protagonistas. Han sido clave en la identificación de los hogares participantes, la movilización comunitaria, la organización de espacios formativos y, sobre todo, en la apropiación del proceso. Su liderazgo ha hecho posible que las huertas no se vean como algo “de afuera”, sino como una oportunidad que se construye desde adentro.

¿Qué tipo de acompañamiento brinda la Alianza para el Desarrollo a estas familias?

Marisol Realpe: Acompañamos desde varias dimensiones. Primero, desde la asistencia técnica: planificación del espacio, selección de especies, manejo del suelo, control biológico de plagas, compostaje, etc. Pero también desde el fortalecimiento de capacidades: talleres prácticos, visitas de seguimiento y espacios de intercambio entre las familias. Todo se hace con un enfoque pedagógico, participativo y de construcción conjunta de conocimiento.

¿Qué resultados concretos han observado hasta ahora?

Marisol Realpe: Los resultados son profundamente esperanzadores. La huerta representa mucho más que un espacio productivo: es un proceso vivo en permanente construcción. Haberla creado fue un hito importante, pero el verdadero desafío está en su sostenibilidad en el tiempo, junto con la apropiación y transmisión de los saberes cultivados durante el proyecto.

Lo más transformador no es solo lo que se ve, sino lo que ahora se siente: un cambio de mentalidad. Las personas han empezado a reconocer el valor de su territorio, la fuerza del trabajo colectivo y la riqueza del saber campesino. Y eso, sin duda, es una semilla de transformación poderosa.

¿Cuál ha sido el mayor reto que han enfrentado?

Marisol Realpe: Uno de los principales ha sido desmontar la idea de que este tipo de procesos “no sirven o no duran”. Al principio había escepticismo. Pero a medida que las huertas empezaron a producir y que las familias vieron los beneficios, ese paradigma se fue transformando. Otro reto ha sido el tiempo: implementar una huerta bien hecha toma paciencia, compromiso y constancia.

¿Y qué ha sido lo más gratificante?

Marisol Realpe:Ver cómo las mujeres, los niños y los adultos mayores se involucran. Cómo se convierten en guardianes de su propio proceso. Me llena de orgullo ver una señora que antes no se sentía capaz de sembrar y ahora te habla de asociaciones de cultivos, de caldos minerales o de cuándo aplicar un biofertilizante. Eso no tiene precio.

¿Cómo se proyecta este proceso en el futuro?

Marisol Realpe: Queremos escalarlo, fortalecerlo y diversificarlo. La idea es que más familias se sumen, que se generen redes de intercambio de semillas, que las asociaciones integren las huertas a sus apuestas económicas y que el proceso sea sostenible en el tiempo. Esto no es solo sembrar lechugas; es sembrar autonomía, identidad y posibilidades para el territorio.

Un mensaje final para quienes creen en el desarrollo rural con enfoque comunitario:

Marisol Realpe: Que los procesos sostenibles no se imponen, se construyen. Y eso toma tiempo, empatía y confianza. Las comunidades rurales tienen todo el potencial para agenciar su desarrollo, solo necesitan herramientas, acompañamiento respetuoso y oportunidades reales. Eso es lo que hacemos desde la Alianza: facilitar que las semillas del cambio germinen en suelo fértil.

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