Hábitat

En San José de Urama, Dabeiba, 2025 fue un año en el que el hábitat dejó de ser entendido como infraestructura y pasó a convertirse en un proceso vivo, cotidiano y profundamente comunitario. El trabajo adelantado por la Alianza para el Desarrollo permitió que temas tan esenciales como el acceso al agua potable, la gestión de residuos, la educación ambiental y la adecuación de espacios comunes evolucionaran hacia nuevas formas de apropiación social, organización y corresponsabilidad.

El camino inició con uno de los retos más sensibles para la salud y el bienestar de las familias: la calidad del agua. Durante este año se realizó un monitoreo técnico con un laboratorio certificado de la Universidad de Antioquia, gestionado por Fundación Celsia.

Los análisis compararon el estado del agua cruda con los estándares del IRCA y evidenciaron un cambio determinante: lo que antes era catalogado como “inviable sanitariamente” pasó, tras el uso de los filtros entregados, a ubicarse dentro de los límites permitidos. De las 264 familias beneficiadas, el 69% utiliza activamente los filtros y hoy tiene mayor claridad sobre la calidad del agua que consume.

El manejo de los residuos sólidos también dio pasos contundentes. El centro de acopio, junto al grupo gestor del reciclaje integrado por estudiantes de la IER Urama y habitantes del corregimiento, logró recuperar 7.662 kg de material aprovechable y recaudar $1.877.200. Más allá de las cifras, este proceso generó consciencia, participación y sentido de responsabilidad compartida.

Los recursos obtenidos fueron utilizados para cubrir gastos educativos de los estudiantes graduados, incluyendo el pago del ICFES y parte de la ceremonia de graduación.

Algo similar ocurrió con la fracción orgánica, 26 familias iniciaron la implementación de huertas caseras con abonos producidos por ellas mismas. Además de mejorar sus prácticas alimenticias y de autoconsumo, encontraron en estos espacios un motivo para reunirse, experimentar y ver crecer algo que nace literalmente en sus manos. Cada huerta se convirtió en un pequeño laboratorio familiar, lleno de color y aprendizaje.

La educación ambiental continuó siendo una fuerza que moviliza a niños, jóvenes y familias. Los Guardianes Ambientales —32 niños entre los 5 y los 10 años— se consolidaron como uno de los procesos más queridos y significativos del territorio. Con cuentos, teatro de títeres, exploraciones y siembras simbólicas, los líderes comunitarios lograron que los niños conectaran con el cuidado del entorno de una manera cercana y emocionante. Esa motivación también tocó a sus familias, y los pequeños se convirtieron en multiplicadores de mensajes ambientales en sus hogares.

En la institución educativa, el proceso avanzó con la actualización del Proyecto Ambiental Escolar (PRAE), integrando actividades ambientales dentro de los contenidos pedagógicos. El centro de acopio se transformó en el corazón del proyecto, y los estudiantes participaron activamente en acciones que fortalecen su relación con el territorio.

Las campañas de vivienda sana complementaron el trabajo ambiental. A través de cinco jornadas realizadas casa a casa, y apoyadas incluso por herramientas creativas como una canción generada con inteligencia artificial, cerca de 180 familias recibieron información sobre higiene, manejo adecuado del hogar y prácticas saludables. Fue un proceso cercano, dinámico y adaptado al lenguaje de la comunidad.

Lo alcanzado este año en el componente de Hábitat demuestra que cuando las soluciones técnicas se conectan con procesos sociales, comunitarios y educativos, los resultados trascienden.

Las familias reciben herramientas, pero también se organizan, aprenden, se apropian y sostienen lo logrado.

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