En el corazón de San José de Urama, corregimiento del municipio de Dabeiba, la tierra y la comunidad se unieron para escribir una historia de transformación. Lo que comenzó como un proceso técnico para enseñar a las familias el manejo de la fracción orgánica terminó convirtiéndose en una experiencia de liderazgo, conciencia ambiental y empoderamiento femenino.
Un proceso que germina desde el hogar
A través del programa Familias Sostenibles, componente de Desarrollo Humano de la Alianza para el Desarrollo, 26 familias se comprometieron a transformar sus hogares en espacios de aprendizaje y sostenibilidad. La metodología incluyó tres visitas técnicas lideradas por Yeimy Andrea Córdova Durango, técnica agropecuaria formada gracias a la articulación entre la Alianza y el SENA.

En la primera visita, Yeimy realizó un diagnóstico detallado: identificó los recursos de cada familia y los espacios disponibles para instalar composteras y huertas. En la segunda, verificó avances, reforzó tareas y acompañó la instalación de las estructuras. En la tercera, las familias ya habían iniciado sus cultivos de lechuga, cebolla y pepino, evidenciando resultados tangibles y un aprendizaje compartido.
El proceso no se limitó a la siembra: fue una apuesta por fortalecer hábitos sostenibles, aprender sobre el valor de los residuos orgánicos —esa “vida en pausa” que regresa al suelo como abono— y construir autonomía desde la tierra.
Yeimy Andrea Córdova: del aula al territorio

“Mi camino en este proceso comenzó por el amor al campo”, cuenta Yeimy con una sonrisa que refleja orgullo y gratitud. Cuando supo que la Alianza traería una técnica agropecuaria al territorio, no lo dudó.
“Era una oportunidad que se conectaba con lo que me apasiona: la vida rural, la tierra y el cultivo. Me animé porque sabía que este aprendizaje me permitiría empoderarme más y contribuir a una agricultura sostenible en el campo”.
Tras culminar sus estudios, Yeimy no solo se graduó, sino que regresó al territorio para retribuir con conocimiento lo que había recibido en formación. Su rol como extensionista agropecuaria la convirtió en una guía para las familias, una voz cercana que traduce lo técnico en lo cotidiano.
“Aprendí a escuchar, a comprender las necesidades de mi comunidad y a construir cambios sostenibles desde lo cotidiano. Hoy me siento más segura de mis capacidades para liderar y apoyar iniciativas que beneficien a los demás”, afirma con convicción.
Cultivar comunidad: aprender para servir
Más allá de los cultivos, este proceso sembró en San José de Urama una cultura ambiental. Las familias aprendieron a separar los residuos, aprovechar la fracción orgánica y producir su propio abono. Lo que antes era basura, hoy es recurso; lo que antes era desconocimiento, hoy es conocimiento compartido. Yeimy lo resume con sencillez: “De lo poco o mucho que uno sabe, siempre hay algo para intercambiar. Ese intercambio de saberes ha sido una de las cosas más valiosas que me ha dejado este proceso”.
Gracias al trabajo conjunto entre la Alianza, la administración municipal y las familias, la educación ambiental dejó de ser un concepto para convertirse en práctica viva. La entrega de kits de huerta —semillas, polisombra y herramientas básicas— representó no solo un cierre simbólico, sino el inicio de una nueva etapa donde cada hogar es un laboratorio de sostenibilidad.
Yeimy, desde su rol de guía, sigue soñando en grande: “Quiero seguir capacitándome, llegar a ser ingeniera agrícola y acompañar a más personas para que alcancen sus metas. Este proceso me demostró que el conocimiento puede transformar vidas”.
Hoy, las familias de San José de Urama sienten orgullo al ver brotar sus hortalizas y al saber que su esfuerzo contribuye al cuidado del planeta. Valoran que las mujeres lideran sus huertas y que comparten su conocimiento con la comunidad.







